Tengo a Yasunari Kawabata como uno de mis escritores favoritos. Cuando estoy escribiendo una escena que requiere de una especial sensibilidad, acudo a las múltiples anotaciones que he ido haciendo de sus lecturas, por si se me pega algo. Para mí su obra más fascinante es el El maestro de Go, aunque la que ha tenido mayor influencia en Occidente haya sido posiblemente La casa de las bellas durmientes. En sus novelas pasan pocas cosas y casi nada se resuelve, pero por todo se percibe una tensión interna, una vibración erótica y una bella melancolía que sostiene la trama.

Con estos “apuntes de lectura de un escritor” no aspiro a reseñar una obra con voluntad crítica o analizarla con profundidad acedémica. En estos apuntes me limito a recoger algunas ideas sueltas, sin aspiración de exhaustividad, que se me van ocurriendo durante una lectura y que creo que me pueden servir a mi labor como escritor.

Sobre la figura de Kawabata hay suficiente literatura, incluso en español. El propio autor estaba lejos de ser un escritor “ingenuo”, de los que escriben por instinto y guiados exclusivamente por el gusto y si acaso por el talento. Estudió literatura extranjera antes de especializarse en la japonesa, y no dejó a lo largo de su carrera de reflexionar sobre aspectos técnicos y teóricos de su arte y de la expresión artística en general. En el discurso de recepción del Nobel menciona “la profunda quietud del espíritu japonés” como uno de los motores de su creación. Habla también de la excitación ante la contemplación de las cosas bellas y y los sentimientos de conexión que eso provoca. En otro lugar se cuestiona si no será que la literatura se limita a registrar los encuentros con la belleza. Dos asuntos recurrentes en la literatura japonesa clásica sobrevuelan su obra: el okashi, el placer que se produce ante la captación del presente, y el mono no aware o nostalgia por la conciencia del paso del tiempo. Aunque de representación realista, sus historias provocan en algunos momentos un extrañamiento casi mágico, no tanto por lo que sucede en ellas como por cómo se observa lo que sucede:

Oki, por su parte, nunca había escrito una novela abstracta, a pesar de que algunas de sus novelas tenían elementos de fantasía. El lenguaje puede considerarse abstracto o simbólico en la medida en que difiere de la realidad cotidiana, y él había tratado de reprimir esta tendencia en sus escritos. Siempre le había gustado la poesía simbolista francesa y también la poesía haiku y medieval japonesa, pero desde sus inicios como escritor se había esforzado por conseguir un estilo concreto, realista. Sin embargo, había pensado que al profundizar esa forma de expresión sus obras podían llegar a adquirir una cualidad simbólica. —Lo bello y lo triste.

Todo lo que he mencionado anteriorment —el estilo podríamos decir— aparece ya en La pandilla de Asakusa, que es la primera novela de Kawabata, si es que se puede calificar como tal. Pese a ello, al leerla, se tiene la sensación de estar ante algo muy distinto a su producción posterior. Influido por las corrientes modernistas, más que contar una historia, Kawabata nos presenta una serie de retazos sobre Asakusa, el barrio de entretenimiento y placer de la ciudad de Tokio en los años 30. No nos cuenta una historia coherente, sino que más bien va narrando historietas, presentando personajes y anécdotas, dejando con ello fogonazos de impresión. El formato original —fue publicada por entregas en un diario— puede explicar en parte esa estructura narrativa, de la que luego se alejó hasta dar prácticamente en el extremo opuesto: historias de líneas argumentales sencillas y muy claras. Un calidoscopio modernista, en fin, frente a la sobria narrativa lineal que cultivaría posteriormente.

Es como si se hubiera dado cuenta, o hubiera intuido Kawabata, que la profunda sensibilidad de su prosa, que la sensualidad de sus descripciones o el misterioso carácter de sus personajes se aviene mejor a tramas reposadas y fáciles de seguir. Como en mi literatura preferida y yo diría que en casi todos los clásicos, el valor de la obra de Kawabata no está en lo que se cuenta sino en la forma en que se cuenta. El estilo del maestro parece evidente que no encontró en esta estructura narrativa fragmentada el molde ideal para su estilo, pero su estilo, su esencia, sí que está presente aquí.

Dejo para acabar algunos pasajes del libro, que muestran las cualidades poéticas, indudables, de su autor. Especialmente en el arte de la comparación me parece insuperable:

Últimamente está prohibido exponer muy a la vista las fotos de las chicas […] Por eso ahora ponen pequeñas fotos en cajas de cristal y uno tiene que observarlas como si fueran especímenes de mariposas.

No es justo hacerlas bailar así, con esas trenzas. Los hombres las miran y se excitan, y las mujeres miran y se sienten extrañamente tristes.

Los jardines del templo Senso estaban llenos de evacuados: las putas de Yoshiwara, y entre ellas las geishas de Asakusa, tan pintadas que parecían un caótico campo de flores.

Intentar describir esos siete meses en Asakusa es más difícil que intentar capturar el sol del año pasado.