El “problema del narrador” es uno de los primeros que tiene que afrontar un escritor cuando comienza a planificar una historia. A diferencia de otras decisiones, esta es una que no se puede postergar demasiado, pues cualquier cambio posterior implicará modificar todo lo escrito hasta ese momento. La literatura teórica sobre las voces narrativas es abundante y conocida: aquí solo voy a hacer referencia a algunos conceptos con una vocación más técnica que teórica.

ILustración narradores

Narrador homodiegético y heterodiegético

Por mi experiencia personal, considero que escribir una narración en primera persona, ya sea mediante un narrador protagonista o uno testigo-espectador, resulta más sencillo que hacerlo en tercera persona. Sospecho que esa es la razón por que la mayor parte de autores noveles optan por un narrador autodiegético. Con esto no quiero quitar mérito artístico; de hecho, algunas de mis novelas preferidas presentan esta clase de voz narrativa: El Satiricón, El gran Gatsby… Al hablar de sencillez me refiero a que optar por un narrador en primera persona acota las posibilidades. La limitación puede ser paradójicamente un tipo de liberación, pues nos permite centrarnos en lo que quizá es verdaderamente importante. El narrador en primera persona limita de forma natural e intuitiva qué puede describirse, contarse, pensarse. Los pensamientos de los otros personajes, por ejemplo, no se pueden leer: como mucho intuir. El foco de observación del entorno surge lógicamente de las limitaciones, intereses y rasgos temperamentales y de carácter del narrador-protagonista. Las sensaciones, descripciones, el estilo de expresión son los de ese único personaje, con el que disponemos de toda una narración para mimetizarnos. Por su parte, la narración en tercera persona —ya sea omnisciente o con un campo perceptivo más o menos restringido— abre un mundo de posibilidades: cambios de tono, de estilo, de focalización descriptiva y de pensamiento, etc. Pero por ello también nos encontramos con decisiones a tomar casi en cada momento. Y así, claro, es más fácil caer en incoherencias y errores.

El mérito técnico consiste en identificar qué tipo de narrador va a permitirnos presentar la historia de manera que se le pueda sacar el máximo rendimiento estético. Hay casos que parecen evidentes. Con un narrador omnisciente, por ejemplo, las novelas de Sherlock Holmes nunca hubieran alcanzado la misma altura. El protagonista se nos magnifica gracias a la visión ingenua de Watson, que es la voz y los ojos del espectador. Cuando se quiere mitificar una figura, como en el caso de Holmes o de Gatsby, la perspectiva en primera persona parece la solución óptima. Un narrador en tercera persona presentaría no solo muchas más dificultades para el escritor —¿qué mostrar? ¿hasta donde llegar en su observación para no desprenderle de su aura?—, sino que también crearía posiblemente una desconfianza en el lector: ¿por qué me oculta unos datos de la historia? ¿Por qué está el narrador jugando conmigo de esta manera? Por el contrario, si uno está trabajando con una trama de múltiples líneas y personajes, seguramente en la mayoría de casos el narrador omnisciente es la mejor solución.

Un caso especialmente problemático

Entre la intimidad del narrador-protagonista y la amplitud y versatilidad de la narración omnisciente, hay un caso que me parece especialmente problemático: el narrador omnisciente en las novelas de protagonista único. Con el término “novela de protagonista único” me refiero a las narraciones de extensión media-larga que tienen un único protagonista a lo largo de la trama. El interés por este caso particular lo he desarrollado a partir de la escritura de mi primera novela y de los comentarios, durante la fase de corrección, de una lectora especialmente sensible a los aspectos técnicos relacionados con la voz narrativa. Pero por razones de objetividad voy a tomar ejemplos de la reciente novela de Nico Amat, Dick o la tristeza del sexo —haré referencia a ella a partir de ahora simplemente como Dick—, pues me parece que muestra algunas de las posibilidades y dificultades que quiero ilustrar al usar este tipo de narrador.

La presencia de un solo protagonista llevaría a pensar en un primer momento que la decisión lógica para el narrador es la primera persona. Sin embargo, por alguna razón, el escritor decide presentar la historia desde la distancia del narrador heterodiegético. En el caso de mi novela, una de las razones de la decisión fue porque quería compensar la tendencia melancólica del protagonista con una voz narrativa más vitalista e irónica, que potenciara el tono de tragicomedia que buscaba. En el caso de Dick, sospecho que tuvo que ver con el tratamiento de los temas de la obra sin las limitaciones de hacerlos desde la voz del personaje principal, que es un niño de 13 años.

A diferencia de las narraciones épicas o con muchos personajes, la presencia constante del protagonista suele derivar en interconexiones entre este y el narrador. Cuando son conscientes y buscadas por el autor, el resultado suele ser estéticamente satisfactorio y narrativamente relevante. Dick, por ejemplo, nos cuenta la historia de un adolescente en plena efervescencia hormonal:

Franki, además de ser virgen, está erotizado. El sexo ocupa toda su mente, igual que un caso grave de hidrocefalia, y aplasta la masa gris contra el cráneo.

Esta obsesión sexual del protagonista, coherente con su edad, penetra hasta el narrador:

…el joystick, que parecía un pene de plástico con la punta colorada, los dedos marcados a un costado, junto a la pantalla.

Sobre el césped claposo se acumulan los cachivaches: un motor de motocicleta, que eyacula aceite negruzco por el carburador…

Como recurso técnico es muy potente, pues la esfera mental del narrador y del protagonista se difuminan. Pero esto tiene otro efecto, una vez que se ha producido la intromisión, que las diferencias entre uno y otro se hacen más evidentes cuando se manifiestan:

La palidez facial de Franki no difería demasiado de la que debió lucir Germánico en Antioquía, tras ser envenenado por Cneo Pisón, y aun así contestó afirmativamente.

¿A qué viene esa referencia a la Historia de Roma? Dejando de lado el hecho de Franki Prats es un niño con un vocabulario y una imaginación de superdotado que no casa demasiado con alguna de sus acciones, la comparación con un episodio histórico del principado de Octavio Augusto me chocó porque me pareció que estaba muy fuera de lugar. En otros lugares me volvió a suceder lo mismo:

Era Sonia, la hermana de Berniola. Lucía sobre el labio un bozo byrónico, negruzco, rebosante de pubertad, que invitaba a comparaciones con el que luciría una odalisca mora en un cuadro de Millais. Iba en pijama de verano, de chico, camiseta de tirantes y pantalones cortos. Sus piernas estaban también alfombradas por un suave vello pardino.

El padre de Franki es un intelectual, pero ni la relación con su padre ni el resto de contactos sociales del protagonista parecen indicar ningún tipo de interés por la pintura. El narrador omnisciente, es más, diría que el propio autor, nos cuela en la escena esta intromisión de sus intereses culturales, que nada tienen que ver con el protagonista. Este tipo de “ventanas” de realidad y autoría en la narración no son excepcionales —caso aparte es el juicio estético que le merezca a cada cual—, pero lo que creo sin duda es que mi reacción ante este tipo de “ruptura” entre el narrador y el personaje principal no hubiera sido tan intensa en el caso de una narración más coral.

Conclusión

El narrador omnisciente en narraciones de protagonista único no es la solución más obvia ni la más fácil, pero permite algunos recursos muy potentes. El que hemos observado en el caso de la novela de Amat, que podríamos definir como de intromisión de la esfera mental del protagonista en la del narrador, es solo uno de ellos. Yo he experimentado con otros recursos, como el acercamiento progresivo de posturas intelectuales o la evolución en la forma de dirigirse al protagonista por parte del narrador. Seguro que a cualquier lector se le pueden ocurrir otros ejemplos. Pero como demuestra el caso de Dick, el narrador omnisciente en este tipo de narración requiere a su vez, incluso para un escritor experimentado como Amat, un trabajo muy medido para no caer en incoherencias y efectos indeseados.